Imaginemos por un momento que mañana es el cumpleaños de un amigo y quieres regalarle las últimas zapatillas de Adidas. Acaban de salir y sabes que las lleva siguiendo desde hace unos días. Tienes claro cual es el modelo que le gusta, pero además sabes que le molan las suelas amarillas, más mullidas por las molestias de sus rodillas, y tú quieres aportar algo especial cambiando el color de los cordones y un par de detalles más. Bajas a la tienda, le pasas las especificaciones a un dependiente robotizado, aclaras algunas cosas con el encargado humano, casi tan amable como el androide, y mientras las preparan te tomas un café. Podrías haberlo hecho desde la web y te las habrían llevado a casa en cuestión de minutos un dron.
¿Te ha sonado excesivamente futurista? Pues dado el punto en el que están todas las tecnologías implicadas, más los avances que podemos vislumbrar, será como se desarrollen una buena parte de las ventas en los próximos años. Probablemente lo más notable de este proceso sea el hecho de que no habrá un stock de zapatillas y que el nivel de personalización podrá ser casi ilimitado. El producto se fabricará delante del cliente o en la trastienda mediante impresoras 3D y la intervención de otros robots autónomos o colaborativos, que crearán las zapatillas perfectas para cada cliente. Las grandes marcas en muchos casos dejarán de ser productores, para encargarse del diseño y el marketing del producto. Una buena parte de la cadena de producción y distribución se verá alterada.
Así es como Adidas podría ver transformado su negocio por las tecnologías digitales. Y con la marca de calzado deportivo, sus fabricantes en China, los almacenes distribuidores por todo el mundo y las tiendas que despachan sus productos, porque una parte signficativa de las ventas ocurriría por el canal online. Así que si fabricas cordones, vendes zapatillas o las repartes, esto también tiene que ver contigo.
En el trato con las organizaciones que quieren iniciar la transformación digital, casi siempre me encuentro con varias de estas cuestiones:
– Hay una falta de información o conocimiento: no se entiende que es el mundo digital ni sus implicaciones.
– No se tiene idea de que sea necesario realizar la transformación digital. Se considera que todo va más despacio de lo que realmente va.
– Cuando se entienden las dos primeras lo más habitual es que no se vea la forma de unir los puntos. La complejidad del proceso, las posibilidades desbordan a las personas implicadas.
– Casi nunca se contempla una variación significativa del negocio. Hay modelos que no es posible transformar digitalmente, y que tal y como están planteados están muertos. Hace falta reinventar los negocios.
Imaginemos un fabricante de tornillos, de piezas mecanizadas de alta precisión. Hace décadas que utilizan máquinas de control numérico y que han informatizado una parte del proceso. Sin embargo, como en la mayoría de los casos, es una empresa aún intensiva en mano de obra. En un futuro en el que ese tornillo lo podrá crear una máquina de forma remota, una empresa que quiera no solo sobrevivir, sino competir para triunfar, debería estar centrando su esfuerzo en como traducir su conocimiento para que sean esas máquinas las que creen el producto. Podría estar elaborando un catálogo digitalizado que comercializar a los fabricantes de impresoras, el software que las gestione, desarrollar los materiales que utilizarian las máquinas… Las posibilidades son inmensas y si ese fabricante no lo hace, que tenga por seguro que muchos otros lo harán.
La transformación digital no se trata de desarrollar una estrategia digital, es algo mucho más profundo que afecta a la empresa en su conjunto, en lo que hace ahora y en como lo hará. Se trata, sobre todo, de tener una estragia para un mundo que es digital y lo será cada vez más.