Leo en un artículo que la NASA ha tenido un problema de seguridad y unos hackers han sido capaces de acceder a su sistema. Nada más y nada menos que el todopoderoso organismo que maneja nuestros cielos.
Y si le ocurre a la NASA es obvio decirlo, también al resto de organizaciones. Un sencillo gesto como mandar por correo un documento para que lo fotocopien en la tienda es un peligro. Cualquiera podría acceder a ese ordenador, a esos documentos en los que constan datos personales, cuentas bancarias. Y cualquier dato por insignificante que parezca es valioso. Siempre que pensamos en estas cosas, un apagón, un hackeo, se nos viene a la cabeza inmediatamente esa película en la que un desajuste de un segundo en Fin de Año, permite a unos ladrones de guante blanco embolsarle millones de dólares. Pero pueden ocurrir muchas más cosas, de manera más discreta.
Estas incursiones, además, pueden tener como objetivo no el robo de datos, sino introducirlos, para alterar el curso de cualquier cosa. De tal manera que puede que tardáramos mucho tiempo en ser conscientes de que algo ha cambiado. Y no en nuestra cuenta corriente, que sería bastante evidente. Porque a menudo se nos olvida que la tecnología se encarga de programar marcapasos, de nuestros datos laborales o de la gestión de los semáforos.
Imaginemos que alguien quiere acabar con una parte de la población, por ejemplo, ancianos desvalidos que cuestan una cantidad considerable de recursos a la sociedad. Tan sencillo como modificar la composición de los medicamentos que suelen utilizar para ciertas enfermedades. Un hackeo en los laboratorios farmaceúticos en los que se fabrican, para en vez de robar la fórmula, variar su composición, y ya tenemos una gran catástrofe, al menos hasta que alguien relacionara cosas.
Tal vez esto ya ha empezado a ocurrir, con ese u otro objetivo. Alguien, una inteligencia humana o artificial, ya lo ha pensado, y simplemente guarda las formas, esperando el momento más adecuado, ese minuto de apagón, para ponerlo en marcha.
Y teniendo en cuanta la exponencial digitalización de nuestro mundo más inmediato, nadie se salva de estos riesgos. Ni siquiera aquellos que, rara avis, se muestran reticentes a introducirse en este ecosistema. Porque llega a todos los rincones, domina nuestra existencia. Da igual que uno quiera quedarse al margen, es imposible. Y si alguien quiere hacer las cosas de forma discreta, no atacará de frente, su estrategia se basará en entrar de forma silenciosa por la puerta más discreta y silenciosa, esa por la que nadie se espera, la de atrás.